Dar el "Paso" Hacia un Mundo Mejor

Por: Mario J Paredes

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Los caatólicos, conmemoramos, por estos días, la “pascua” cristiana. Dedico estas líneas a reflexionar lo que este acontecimiento y celebración significó y significa no sólo para los cristianos sino para todos los hombres y mujeres de nuestra sociedad y sus repercusiones en el afán de construir un mundo mejor que éste por el que transitamos.


Pascua es palabra originalmente hebrea (pesah) que significa “paso”. Con esta palabra denominaron los antiguos israelitas la celebración (Ex 12,11) de la nueva vida que les dio la liberación de la esclavitud egipcia mediante el “paso” del mar rojo y su tránsito por el desierto, hasta conquistar la “tierra prometida”.


Los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret tuvieron lugar en Jerusalén, el marco anual de esta celebración veterotestamentaria. Acontecimientos con los que, a los primeros discípulos de Cristo, después de la muerte de Jesús de Nazaret, les cambió la vida. Siendo los mismos ya no volvieron a ser ni los mismos ni lo mismo. Esta transformación de sus vidas la atribuyeron “al que colgaron en un madero” (Hc 5,30) al Crucificado (Jn 20,27). Transformación y “vida nueva” (2 Cor 5,17) por la que lo confiesan Viviente y Resucitado. Porque si el muerto les cambió la vida es porque está vivo. Desde entonces, la mejor prueba de que Cristo vive es un hombre, una mujer “nuevo” (Ef 2,15), con nueva mentalidad, nueva lógica, nueva criteriología, nueva manera de ver el mundo, como lo afirma Pablo de Tarso (Rom 12,2). Desde entonces, la presencia de Cristo como Viviente y Resucitado en el mundo la realizan hombres y mujeres con una vida nueva. Vida nueva que consiste en vivir la misma vida – en mentalidad y actitudes - que vivó y enseño Jesús de Nazaret, como hijos de Dios y hermanos de todos, amando y sirviendo a todos.


Es decir, que la “pascua” cristiana consiste en el “paso” de la muerte a la vida nueva, “paso” de “las tinieblas a la luz” que proporciona, a todo hombre, la vida de Jesús y su evangelio. Porque la vida de Jesús esclarece el sentido de nuestras existencias. Porque en su proyecto de vida se iluminan los nuestros, en sus luchas y anhelos los nuestros, en sus dolores cobran sentido nuestros dolores y en su mandamiento del amor (1 Jn 3,14) adquiere sentido la vida y misión de todo hombre que viene a este mundo.


Por ello, en la historia de la humanidad, la vida de Cristo se constituye en un modelo del hombre que Dios quiere para todo hombre; en el modelo de hombre que hemos de ir construyendo si queremos una mejor humanidad para un mundo mejor, “un nuevo cielo en una nueva tierra” (Ap 21). Mundo mejor que hemos de ir construyendo todos pero, especialmente y con mayor compromiso, los que nos llamamos “cristianos”, vale decir, creyentes en la vida “nueva”, feliz y “abundante” que Dios nos ofrece en Jesús, el Cristo.


A los hombres y mujeres que, por estas horas, poblamos la tierra, nos correspondió vivir y transitar en la coyuntura histórica y social que los entendidos llaman la “postmodernidad”. Coyuntura histórica a la que pertenecen la cultura y el hombre “light”, es decir, cultura y hombres líquidos, livianos, descomprometidos, descafeinados, en búsqueda del placer momentáneo y de la apariencia, permisivos, obsesionados por la estética sin ética, vagando en la incertidumbre que produce la falta de verdad y el sin-sentido o sin-dirección de la historia, como quien se precipita al vértigo del no-futuro, por el desencanto – entre otras causas - que dejaron las dos guerras mundiales y las actuales.


Cultura y hombre “light” que conviven en una sociedad de consumo; sociedad de lo fácil y rápido, de lo desechable y efímero. Sociedad materialista en la que prima el “tener” sobre el “ser” y de indiferencia hacia todos los temas colectivos y del “bien común”; con el consecuente rechazo por todo lo jerárquico e institucional. Sociedad y cultura postmodernas donde cada “yo” elabora a la carta sus propias verdades y proyectos de vida según lo que resulte útil y placentero. Todo lo cual produce un subjetivismo y relativismo moral además de una pérdida de la visión trascendente de la vida por el afán del goce de lo inmediato y tangible.


Este inmenso cementerio de certezas y esperanzas en el que nos correspondió vivir, estas sociedades en las que “el fin justifica los medios” y en el que nada vale o todo vale por igual, nos deja a todos angustiados, con profundos sentimientos de fracaso y de la realización y felicidad humanas como inalcanzables. Este perfil de sociedad, de cultura y de hombre postmodernos contradicen los mejores y más grandes principios del evangelio de Jesús de Nazaret. No es este el hombre nuevo (2 Cor 4,16) vivido y predicado por los primeros cristianos a la luz del acontecimiento pascual que experimentaron con el Crucificado-Resucitado. Porque la búsqueda del poder para dominar y atropellar, la búsqueda frenética del placer por el placer y del tener para acaparar deja – como lo constatamos a diario – una estela inhumana de vacíos, de sin-sentido, de inequidades, de injusticias, de violencias y de muerte.


Entonces, la “pascua” cristiana nos propone a todos un mejor tipo de mundo logrado por un mejor tipo de hombres, de hombres nuevos, capaces de amar y de servir, en el entendimiento de que todos somos hermanos. La “pascua” cristiana nos invita a todos a “pasar” de lo viejo a lo “nuevo”, del egoísmo a la fraternidad, de la mentira a la verdad y del aparente fracaso de la vida humana y de la sociedad actual a la felicidad que es sinónimo de justicia, solidaridad, vida abundante (Jn 10,10) y paz para todos, mediante el mandamiento del amor que nos legó el humilde hijo del carpintero de Nazaret.


Mario J. Paredes es presidente ejecutivo de SOMOS Community Care, una red de 2,500 médicos independientes —en su mayoría de atención primaria— que atienden alrededor de un millón de los pacientes más vulnerables del Medicaid de la Ciudad de Nueva York.

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