
Con “olor a oveja”
Thursday, 1st May 2025
Por disposición del amado Papa Francisco, la Iglesia Católica se encuentra inmersa en la celebración del año santo o año jubilar dedicado a la reflexión y a la toma de decisiones y de acciones concretas para la ESPERANZA, en un mundo que - al respecto – enfrenta graves desafíos.
Se trata de un año, como una oportunidad propicia para que los creyentes en Cristo, como Iglesia, seamos para el mundo “luz y sal”, siendo testigos de la esperanza, de la Esperanza que no defrauda y que no muere: nuestra esperanza que está en Dios mismo, en el Dios de la vida y de la misericordia revelado por Jesús y predicado – con gestos y con palabras – por el Papa Francisco.
Y este año para la ESPERANZA convoca a toda la Iglesia a dos acontecimientos inesperados: en primer lugar, al fin del pontificado y despedida a la casa del padre del Papa Francisco, con un legado que llena, a la Iglesia y al mundo, de esperanza.
En segundo lugar, otro motivo que nos llena de esperanza es la congregación de los señores cardenales de la Iglesia para la elección del nuevo Papa, jefe político del Estado Vaticano o Santa Sede, pero, sobre todo, guía en la fe de los católicos del mundo y líder espiritual de la humanidad.
Este próximo siete de mayo inician las sesiones electivas, a puerta cerrada, de quien sucederá a Francisco en la Sede de Pedro y como obispo de Roma.
En este tiempo de quinielas y apuestas sobre el cardenal que será designado como nuevo Papa, permítanme recordar y subrayar algunos rasgos que – a mi parecer – debería tener el nuevo papa y su ministerio petrino, como condiciones para contribuir a la construcción de espacios y de tiempo de esperanza para la Iglesia y para el mundo.
Se trata de aspectos que son delineados o condicionados fundamentalmente por tres instancias:
- La primera, la identidad y permanencia que todo pastor en la Iglesia ha de tener con los mismos rasgos de Jesús, el Buen Pastor.
- La segunda, los desafíos que el mundo lanza a la tarea evangelizadora de la Iglesia.
- Y, en tercer lugar, los rasgos que la misma Iglesia y a partir, especialmente, del Concilio Ecuménico Vaticano II, en su Decreto Christus Dominus (sobre el ministerio pastoral de los obispos) ha ido delineando como el perfil que debería tener la personalidad y misión de un obispo en la Iglesia.
Un resumen de los rasgos que, el abundante magisterio de la Iglesia sobre los obispos en las últimas décadas pide a los obispos, y el Papa es el obispo de Roma, considera que: el obispo – con hechos y con la palabra - debe ser discípulo auténtico del Evangelio que es Cristo mismo, padre y pastor, maestro, servidor del pueblo de Dios, modelo, testimonio y ejemplo de santidad en la comunidad de fe que preside, promotor de la unidad, misericordioso y atento a las necesidades de todos, especialmente de los más necesitados, capaz de escuchar y de dialogar, capaz de fortaleza, paciencia y discernimiento de la voluntad de Dios en los signos de los tiempos.
Las recientes y multitudinarias manifestaciones llenas de afecto y gratitud que – en el mundo entero – acompañaron las honras fúnebres al Papa Francisco muestran que, el mundo y la Iglesia encontraron, en el Pontificado del primer Papa Jesuita y Latinoamericano, los rasgos anteriormente descritos, en plena identidad con Jesucristo mismo.
El legado del Papa Francisco, con el que devolvió credibilidad al ser y quehacer de la Iglesia en la sociedad y por el que pasa a la historia como un gran ser humano, un cristiano santo y un gran pastor universal, se caracterizó por su natural y espontanea humildad y sencillez sin pose, su cercanía a todos, su compasión y especial interés por los más débiles y “descartados de la sociedad” (especialmente por los migrantes, niños, ancianos, encarcelados, etc.), su especial sentido del humor y su total apertura al diálogo ecuménico con todos, tendiendo puentes, siempre en la búsqueda de la concordia, la fraternidad universal y la paz.
Francisco se preocupó y enfocó su ministerio petrino en reformas al interior de la Iglesia, con énfasis en la misión y anuncio del Evangelio en las periferias geográficas, humanas y sociales, buscando siempre la inclusión y la sinodalidad de la Iglesia, para responder – razonablemente - a los desafíos del mundo contemporáneo.
Estos rasgos exigidos por el magisterio a cada obispo, rasgos vividos con su muy personal estilo y enfoques por el Papa Francisco, corresponden a los retos que hoy, a la Iglesia, lanza un mundo urgido de líderes con autoridad, con coherencia entre lo que predican y lo que viven, con coherencia entre los hechos y las palabras.
Un mundo urgido de signos de fraternidad y de solidaridad, de compasión y de misericordia, de poder entendido como servicio. Mundo urgido de justicia, de equidad y de paz. Mundo urgido de verdad y de vida abundante. Un mundo que en medio de los avances y logros tecnológicos y económicos ha de ocuparse, especialmente, de los más pobres. Un mundo, en fin, urgido de signos que nos llenen de razones para seguir creyendo, amando y esperando.
Nuestra esperanza descansa en Dios y, a su Santo Espíritu, rogamos para que, el próximo Papa, preservando el gran legado de Francisco y, “con olor a oveja”, como él mismo lo vivía y lo pedía, conduzca a la Barca de Pedro, en medio de tempestades, por caminos de verdad y de unidad y sea, para toda la humanidad, una señal de esperanza.
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